6 de enero: ¿primero como farsa, luego como tragedia?

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¿Y si supiéramos que nos enfrentamos a otro golpe?

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¿Qué pasaría si supiéramos que nos enfrentaríamos a la misma situación que ocurrió el 6 de enero de 2021 una vez más, pero con Trump y sus seguidores mejor preparados? ¿Cómo podemos prepararnos?


El año 2021 abrió con la demorada y absurda culminación del impulso que la extrema derecha había acumulado durante la segunda mitad de 2020: un malogrado intento de golpe de Estado que pretendió mantener a Donald Trump en el poder por la fuerza bruta; o al menos, acostumbrar a los Republicanos a este tipo de trucos. Igual que con la elección de Trump en 2016, habíamos señalado los indicios de que esto estaba en camino (en inglés), pero aún así nos tomó por sorpresa cuando ocurrió. Era difícil de creer que Trump quemaría todo su capital político con el centrismo en un intento tan descabellado de permanecer en el poder.

En retrospectiva, una vez que perdería la chance de permanecer en la presidencia, no tenía incentivo para no intentar un golpe, por disparatado que fuera su plan sin tener una masa crítica de jerarcas gubernamentales a favor. En el año que pasó, Trump ha recuperado gran parte del terreno que (parecía) habría perdido irremediablemente, consolidando la mayoría del partido Republicano en torno a un consenso: lo que pasó el 6 de enero no era para tanto.

Los Demócratas han caído en el mismo error al que Trump los viene atrayendo una y otra vez: han estado tratando de investigarlo.Un año de pequeñas revelaciones sobre lo ocurrido el 6 de enero, goteando una a una, han servido para matar la historia de sobreexposición. Durante los últimos cuatro años, Trump ha sobrevivido a infinidad de tales revelaciones acerca de su conducta. No hay como deslegitimarlo con sus bases: cuanto peor sea él, mejor, hasta donde ellxs saben.

Ya habíamos identificado ese fenómeno en 2018 (en inglés):

No hay necesidad de nuevas revelaciones sobre Trump y su racismo desvergonzado, reiterados abusos sexuales, o negocios ilícitos con otros autoritarios. Todo lo anterior ya es flagrantemente obvio. La estrategia de investigarlo sirve ante todo para restaurar los mismos FBI y poder judicial que están siendo usados ahora mismo contra cualquiera que trate de cortar sinceramente con el daño que tanto Trump como sus rivales centristas perpetúan a través de las instituciones del Estado.

Como señalamos en 2019, toda la ‘investigación’ del mundo será peor que inútil si el balance de poder dentro del Estado continúa siendo tal que imponer consecuencias a Trump siga siendo imposible:

Lxs Demócratas de base todavía no entienden cómo funciona el poder. El crimen no es la violación de las reglas, sino el estigma asociado a aquellos que rompen las reglas sin el poder para hacerlas. (Como dicen: “roba $25, y vas a la cárcel; roba $25 millones, y vas al Congreso”). En tiempos de mayor esplendor del reinado de Genghis Khan, hubiera sido inútil acusar al infame tirano de romper las leyes del Imperio Mongol; mientras Trump tenga una parte suficiente de Washington apoyándolo, lo mismo va para él. Las leyes no existen en algún tipo de dimensión superior. Son simplemente el producto de luchas de poder entre las élites (por no mencionar la pasividad de lxs gobernadxs), y son ejecutadas de acuerdo al equilibrio de poder vigente. Fetichizar la ley es aceptar, irónicamente, la ley del más fuerte.

Sin la voluntad política para actuar, los Demócratas y sus portavoces en los medios corporativos se han conformado con llevar sus demandas ante la opinión pública. Nuevamente, esto demuestra un profundo fracaso en comprender la situación. Por admisión propia, sus adversarios están convocando a todos quienes adhieran a un programa explícitamente antidemocrático, y la única respuesta de los Demócratas es tratar de usar este punto para sacar ventaja en la próxima elección.

A largo plazo, puede que los Demócratas se encuentren con que están llevando una urna a un tiroteo. Esta foto fue tomada en un acto pro-Trump en Washington, D.C. a fines de 2020, un precursor directo de la concentración del 6 de enero de 2021.

Dejemos algo bien claro: si crees que los Republicanos están complotando para tomar el poder por medios no democráticos, entonces limitarte solamente a vencerlos en las urnas es explícitamente contraproducente. Si las cosas que lxs progresistas están diciendo sobre el 6 de enero son ciertas -y hay razones suficientes para pensar que lo son- entonces lo lógico sería que todxs a lxs que les preocupe se pusieran a aprender sobre acción directa y estrategias antifascistas de defensa comunitaria.

En cambio, y de diversas formas, lxs centristas han usado los sucesos del 6 de enero para desviar a la gente de las medidas que deberían tomar, deslegitimar tales medidas, y desprestigiar a quienes podrían haberlas tomado con ellxs.

No podríamos inventar estas cosas ni aunque tratáramos.


Lo que le sirve al centro, le sirve a la derecha (y viceversa)

Los sucesos del 6 de enero y la consecuente represión estableció el modelo que se repetirá a lo largo del 2021, una dramática tregua luego de una de las mayores oleadas de protesta en la historia estadounidense. Los Demócratas aprovecharon la oportunidad para restaurar el golpeado prestigio de las “fuerzas del orden”, representando a los policías como asediados guardianes de la democracia, y reivindicando la vigilancia y el delatar a tu vecinx como tácticas a través de las cuales “el ciudadano promedio” podía unirse a ellos. Al mismo tiempo, se esforzaron en desprestigiar la acción directa, asociándola con el Trump y el “desorden” de sus partidarixs.

Cuando la policía asesinó a George Floyd, la confianza y el respeto del público por las “fuerzas del orden” se desplomaron a profundidades inimaginables. Las demandas para desfinanciar e incluso abolir la policía migraron desde los rincones más marginales del espectro político a propuestas serias discutidas ampliamente en espacios convencionales. Fox News y sus imitadores continuaron con su alarmismo sobre la inseguridad en clave racial, pero con rendimientos decrecientes; ni los mejores esfuerzos de los “sindicatos” policiales, las empresas de RR. PP. y los medios más progresistas para mostrar a la policía ‘obrando bien’, lograron revertir el cinismo que se había afianzado, desde la izquierda hasta bien entrado el centro político.

En este clima, el fallido golpe del 6 de enero fue un regalo del cielo para el Estado. La policía podía hacer a la vez de víctima y héroe, mientras que la Guardia Nacional se presentaba como salvadora y baluarte de la nación ante el caos; incluso el FBI estaba haciendo su parte para proteger la democracia de los matones de la derecha. Lxs progresistas y los medios mainstream se valieron de estas interpretaciones para sus propios fines, con un éxito extraordinario. El procesamiento de Derek Chauvin por el asesinato de George Floyd esquivó una de las pocas circunstancias que podría haber devenido en una nueva ronda de levantamientos, mientras que las cortes y los fiscales hubieran sido incluidos en el círculo de instituciones que lxs progres idolizan por “mantenerse firmes”. en poco tiempo, el ex-policía Eric Adams se perfilaría como siguiente alcalde de Nueva York… y la nueva cara de un partido Demócrata agresivamente amnésico.

Mientras tanto, la policía siguió asesinando gente como siempre, una y otra y otra vez, protegidos no solo por la inmunidad calificada sino también por el desprestigio de la protesta militante y la restauración de la policía en calidad de mártires y héroes.

Al mismo tiempo, los policías sostenían una campaña masiva de publicidad (completa con pancartas gigantes y carteles en paradas de autobús) para obtener vía crowdsourcing la información con la que identificar a lxs participantes de la toma del Capitolio, consiguiendo la participación entusiasta de miles. Esto sienta un nuevo precedente para la colectivización del trabajo policial entre toda la población ‘en línea’ de un estado. Ya que la campaña se enfocó en lxs extremistas de extrema derecha, se granjeó la aceptación del centro y la izquierda, de forma mucho más consistente que cuando campañas anteriores se enfocaron en la población musulmana y otras personas “sospechosas”, en los años que siguieron a los atentados del 11-S.

Aquellxs con buena memoria recordarán que estos esfuerzos de colaboración forense descienden de aquellos que buscaron identificar a miembros del black bloc en diferentes cumbres del G20, con frecuencia en respuesta a teorías conspirativas sin base alguna, que buscaban señalar a lxs anarquistas como inflitradxs de la policía que apuntaban a deslegitimar movimientos “legítimos” (léase: legalistas). Cuanto más se normalice este tipo de crowdsourcing, más lo veremos utilizado contra nosotrxs la próxima vez que participemos en actividades de protesta con chance alguna de verdaderamente cambiar el mundo.

Los medios corporativos, incluso aquellos de perfil más progre, también ampliaron el repertorio de tecnologías intrusivas (en inglés) que estaban dispuestos a utilizar en su cobertura del 6 de enero, normalizando la fusión de doxing y reportaje que cada vez más caracteriza al periodismo hoy.

Todo esto ocurrió junto a la continuada autorización de la violencia tanto estatal como parapolicial contra los movimientos sociales, ejemplificada en las draconianas leyes anti-protesta del estado de Florida, y la absolución de Kyle Rittenhouse (y su consiguiente estatus de estrella en entre los Republicanos). La aceptación de Rittenhouse indica que incluso si insurrecciones y golpes todavía son demasiado para algunos Republicanos, hay apoyo generalizado para el uso de fuerza letal contra cualquier movimiento social que sea entendido como una amenaza para el orden establecido.

Cruzando filas partidarias, la clase política ha buscado restablecer su monopolio sobre la política mientras que suprimen movilizaciones y protestas gestadas desde abajo. A pesar de sus agresivas performances de división partidista, tanto Demócratas como Republicanos están aliviados de ver que el locus de la política vuelve de las calles a los bien defendidos pasillos del poder. Mientras este estado de cosas prevalezca, ambas partidos podrán beneficiarse de la represión de la protesta, sea cual sea su origen: paramilitares, antivacunas, Black Lives Matter, trumpistas, la defensa del agua y el ambiente, antifascistas o anarquistas.

De continuar este estado de cosas, los Republicanos ahora tienen un plan B. Los Demócratas centristas, no tanto.

¿Y nosotrxs?¿Cómo navegar esta situación, tanto menos conducente al activismo de base que lo que lo fue el 2020? Y, ¿cómo podemos prepararnos para un futuro posible en el que el locus del poder retorne a la acción callejera, pero bajo los términos fijados por Trump y sus seguidores?

Refinando el programa de la ultraderecha

El centro se halla actualmente en ascenso, mientras las facciones de la extrema derecha más conectadas con la toma del Capitolio -los Proud Boys y sus congéneres- continúan bajo un intenso escrutinio y desorganizados, más o menos desacreditados. Sin embargo, puede que no sean ellos quienes representen nuestro principal riesgo en el siguiente round.

La evolución de la derecha griega durante la última década nos ofrece un ejemplo muy informativo para la situación actual en los EE. UU.. A pesar de nuestras preocupaciones de años anteriores (en inglés), el partido neofascista Amanecer Dorado terminó fracasando a la hora de ganar terreno electoral en Grecia. Los demás partidos políticos se unieron contra ellos, representándolos como ilegítimos, la otra cara de la moneda de lxs incontrolables anarquistas. Esto le permitió a Nueva Democracia, el clásico partido conservador, acaparar muchxs votantes de Amanecer Dorado y ganar las siguientes elecciones (en base a un programa calcado en parte del de Amanecer Dorado). Nueva Democracia procedió a implementar muchas de las propuestas de Amanecer Dorado, con graves consecuencias para anarquistas, migrantes y muchxs otrxs, y sin la resistencia que Amanecer Dorado hubiera recibido de parte de la Unión Europea y numerosos elementos de la “sociedad civil” griega de haber ganado.

De forma semejante, aunque los Proud Boys estén desorganizados, es posible que el mayor riesgo se halle en que su programa fascistizante se filtre al general del partido Republicano. Si los reveses del 6 de enero habilitan a los Republicanos a deshacerse de los lunáticos más extremistas al tiempo que se radicaliza la derecha entera (el mismo proceso que llevó a los neonazis de los cabezas rapadas de los 80s a Richard Spencer- nos encontraríamos en una situación verdaderamente peligrosa.

Preparándonos para lo que viene

La normalidad de abuelo que encarna Biden ha calmado al centro y a la izquierda, con algunos elementos de esta aprovechando el cansancio de los movimientos sociales para racionalizar ‘volver al brunch’. La indignación de derecha contra Biden, por profusa que sea, está lejos de alcanzar la vehemencia dirigida anteriormente contra Hillary Clinton o Barack Obama. Y sin embargo, la poca sorprendente falta de éxito de la administración Biden a la hora de hacer cumplir sus promesas ha desmoralizado al centro, allanando el camino para un resurgimiento Republicano. Esto, sumado a la disminución de la actividad radical en los movimientos sociales, deja una situación similar a la de 2010, segundo año de la presidencia de Obama, durante el cual la ausencia de una oposición radical de peso contribuyó al surgimiento del Tea Party y unas bases más envalentonadas para la derecha.

Este año será testigo de las primeras elecciones desde que Trump introdujera el relato de la “elección robada” a la política estadounidense (con el programa revanchista que este conlleva). Habrá un considerable escrutinio de los mecanismos electorales y diversos experimentos para probar si el modelo de “la gran mentira” puede ser usado para socavar victorias de los Demócratas. Al mismo tiempo, podemos anticipar una participación mucho más baja y una indiferencia generalizada, sin el miedo a Trump o la acción radical en las calles para arengar a cualquiera de las bases enfrentadas.

En este contexto, hay muchas preguntas que deberíamos hacernos respecto a cómo deberá verse la siguiente generación de protestas callejeras. A efectos de esta reflexión, sin embargo, queremos dejarles una sola:

¿Qué pasaría si supiéramos que nos enfrentaríamos a la misma situación que ocurrió el 6 de enero de 2021 una vez más, pero con Trump y sus seguidores mejor preparados? ¿Cómo podemos prepararnos?


Volvamos a aquella tarde del 6 de enero de 2021. Lxs anarquistas estaban completamente exhaustxs para el comienzo de enero; unxs pocxs trataron de movilizarse contra el mítin programado en Washington, D.C., pero no acabó por concretarse nada. Lxs progres estaban argumentando enérgicamente que era mejor no organizar una contraprotesta, calificándola de trampa. En consecuencia, miles de seguidores de Trump llenaron las calles de DC, mientras lxs demás las dejaban virtualmente vacías.

A menos que Trump estuviera intentando aplicar psicología inversa, esto parece ser exactamente lo que quería:

Al final, las cosas salieron bastante bien para lxs anarquistas y antifascistas. Como dice el dicho: “nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error”. Trump y sus seguidores pecaron de soberbia, y se encontraron súbitamente aislados, con el resto del espectro político firmemente unido en su contra.

Pero, ¿qué habría pasado si Trump hubiera estado mejor parado? ¿Si hubiera sido capaz de efectuar un golpe exitoso?

Algunxs progresistas han sostenido que fue fundamental que lxs antifascistas, anarquistas y otrxs participantes del Movimiento por las Vidas Negras no estuviera presente ese 6 de enero, porque de otro modo la Guardia Nacional se hubiera enfocado en nosotrxs y nunca hubiera llegado al Capitolio. Según estxs progresistas, Trump contaba con que nosotrxs estuvieramos ahí, y fue nuestra ausencia la que saboteó sus planes.

Es posible que tengan razón. No podemos descartarlo, aunque hay que señalar que lxs progres tienden a glorificar la inacción casi tanto como lxs anarquistas celebran la acción, y casi siempre habiéndolo pensado mucho menos. En cualquier caso, esperar que el Estado sea el que mantenga a raya la amenaza del fascismo nos deja en una posición extremadamente vulnerable. No es impensable que en algún momento un golpe de ultraderecha tenga éxito, al menos en partes del país, y nosotrxs -no solo lxs antifascistas sino toda la gente recta- nos encontraremos que nuestra acción organizada es lo único que se mantiene entre nosotrxs y el establecimiento de una sociedad aún más autoritaria. Después de todo, esto fue precisamente lo que pasó en España en 1936.

Esto no es solo una pregunta hipotética sobre el pasado o el futuro. Es, ante todo, una cuestión de cómo deberíamos organizarnos hoy, de qué cosas deberíamos estar preparándonos para poder hacer.

La vergonzosa derrota de los seguidores de Trump el 6 de enero, pese a todo su equipo táctico y ferocidad, es un contundente argumento contra una respuesta meramente “militarista” a esta pregunta1. En el futuro, exploraremos alternativas al tipo de muestras de fuerza tan poco efectivas que se llevaron a cabo ese día.

Por ahora, te dejamos la pregunta a tí. Porque es la pregunta a la que nos enfrentamos todxs nosotrxs.


  1. En algún sentido, los participantes de la toma del Capitolio parecen haber creído que estaban haciendo lo que “Antifa” había tenido permitido, solo que de forma más eficiente y efectiva. Citando a otro análisis, “años de obsesión con una caricatura de “antifa”, llevaron a lxs partidarixs más acérrimxs de Trump a representar precisamente la fantasía que más temían que otrxs representaran. Debemos tener cuidado de no intercambiar papeles con ellxs”.