Desastres de Estado: Sobre los terremotos en Turquía y Siria

Categories:
Localizations:

El 6 de febrero de 2023, dos terremotos de magnitud 7,8 y 7,7 sacudieron el sur de Turquía y el norte y oeste de Siria, causando enormes daños. El número de muertos se estima actualmente en más de 48.400 en Turquía y 7.200 en Siria. Los siguientes textos ofrecen dos puntos de vista diferentes sobre el modo en que los gobiernos turco y sirio no sólo no protegieron a sus súbditos, sino que aprovecharon esta catástrofe como una oportunidad para consolidar su poder y atacar a sus adversarios mediante el abandono, el bloqueo e incluso los bombardeos.

Esta historia es conocida en toda la región. En Grecia, el 28 de febrero, un tren de pasajeros en dirección norte lleno de estudiantes que regresaban del carnaval griego chocó frontalmente con un tren de mercancías en dirección sur que circulaba por la misma vía, matando al menos a 57 personas. Aunque la magnitud de estas tragedias no tiene comparación, ambos sucesos pusieron de relieve la forma en que estos regímenes han acumulado recursos para sí mismos en lugar de tomar medidas para preservar la seguridad pública. Al mismo tiempo, tanto el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, como el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, han utilizado estas catástrofes como pretexto para tratar de retrasar las elecciones con la esperanza de mantenerse en el poder. No hay otra píldora que tomar, así que trágate la que te ha sentado mal.

A medida que nuestro mundo se adentra en la crisis, es probable que veamos cómo se desarrolla esta historia en un escenario cada vez más amplio. Las catástrofes naturales no nos liberarán del poder opresor del Estado; más bien, los gobiernos autoritarios y las catástrofes naturales funcionarán de forma concertada para inmiscuirnos, a menos que desarrollemos formas interconectadas de responder a ambos al mismo tiempo.

Frente al oportunismo y la violencia del Estado, nos inspira la movilización popular internacional con la que comunidades de todo el mundo han respondido al terremoto. Es el modelo de horizontalidad y solidaridad que necesitaremos para sobrevivir a lo que se perfila como un siglo de cataclismos. Pero para que nuestros esfuerzos tengan éxito, tenemos que entender tanto los terremotos como el Estado como aspectos de la misma catástrofe y actuar contra ambos.

Con ese fin, presentamos dos análisis de la situación en Turquía y Siria: el primero, de partidarios de los movimientos de liberación en las regiones de Kurdistán, de Bakur y Rojava; el segundo de los partidarios de la revolución en el oeste de Siria.


Declaración sobre los terremotos del Comité de Solidaridad con Mesopotamia del Área de la Bahía

A menos de un mes de los desastrosos terremotos del 6 de febrero de 2023, es obvio para todos los pueblos de Turquía que el estado turco es un estado de negligencia. Descuido de las medidas adecuadas para el control de desastres, de los códigos y reglamentos de construcción, de la supervisión legal y administrativa; descuido de los refugiados sirios, kurdos, alevíes, cristianos, trabajadores, niños que permanecen enterrados bajo el cemento derrumbado; negligencia con la infraestructura de emergencia; negligencia con el derecho a vivir con seguridad y dignidad. Pedimos responsabilidades a todos aquellos que han perseguido un fetiche de beneficios a costa de este profundo sufrimiento.

Sabemos que no se trata de una catástrofe natural, sino de una catástrofe provocada por el hombre y, por tanto, de una catástrofe política. Durante las dos últimas décadas, se prometió a los ciudadanos de Turquía casas seguras y a prueba de terremotos y servicios eficaces de emergencia y prevención de catástrofes. En las primeras 48 horas después de los terremotos, nos enfrentamos a la gran vacuidad de estas promesas. El Estado había prometido un esfuerzo de socorro coordinado a través de la Presidencia de Gestión de Desastres y Emergencias y la Media Luna Roja, pero tras años de destinar dinero a organizaciones benéficas y empresas privadas en lugar de a instituciones públicas, esa ayuda no aparecía por ninguna parte. En los años de guerra civil intolerante contra la población kurda, las zonas donde se produjo el terremoto albergaban dos de las mayores bases militares del país. Sin embargo, los militares -la única fuerza organizada que podía llegar a lugares que de repente se volvieron inaccesibles debido al colapso de las carreteras y las infraestructuras- brillaron por su ausencia en las labores de socorro. Menos de una semana después del terremoto, el ejército turco reanudó los ataques aéreos contra Rojava y los Êzidis en Sinjar.

Mientras escribimos esto, miles de personas respiran frágilmente, luchando contra el frío y la hipotermia bajo los escombros. Han aprendido la amarga lección de que el ejército no está ahí para proteger, sino para unirse al ritual coordinado de matar a los pobres. El Estado, los contratistas, los militares y la clase capitalista son verdugos.

Ya hemos visto todo esto antes. El Estado también brilló por su ausencia en el terremoto de Izmit de 1999. Había empobrecido financieramente a sus ciudadanos a través de años de programas de ajuste estructural del FMI, había debilitado a la sociedad civil mediante el gobierno militar y el antisindicalismo neoliberal, y los había abandonado a su suerte. En los terremotos de Wan de 2011, la población kurda, ya devastada por la guerra, empobrecida y desplazada, fue abandonada bajo enormes bloques de hormigón.

Las zonas donde se produjeron los dos terremotos del 6 de febrero -la región del Éufrates occidental del Kurdistán septentrional, las grandes llanuras agrícolas de Hatay, el valle del Amik y Çukurova, Efrîn en Rojava, Alepo en Siria- están marcadas por las heridas de guerras interminables. Ciudades como Adıyaman, Antep, Urfa y Hatay están abarrotadas de refugiados sirios que viven y trabajan junto a mujeres y niños kurdos en bloques de apartamentos destartalados y en talleres clandestinos.

Amed (Diyarbakır), la capital del Kurdistán Septentrional, ha estado bajo bloqueo policial y militar mientras los alcaldes y gobernadores títeres del Estado han desviado la riqueza del pueblo para su propia comodidad y lujo; ahora cientos de personas yacen enterradas bajo bloques de apartamentos de mala calidad construidos por contratistas traidores. En Rojava y Siria, edificios e infraestructuras que ya estaban desgastados por la guerra, que ya eran objeto de miedo y represalias, volvieron a convertirse en cementerio. Para los pueblos de Mesopotamia, los bloques de hormigón nunca han sido hogares, sino encarnaciones vivientes del miedo. Ni vida ni muerte: la superficie de la tierra se ha convertido en un purgatorio embrujado.

A pesar de la inmensidad de esta tragedia humana, el Estado sigue haciendo alarde de su chulería castigadora. Los altavoces de los medios de comunicación gubernamentales tararean: “No hay ayuda, tiene que haber ayuda”, pero censuran a los y las ciudadanas cuando pronuncian las mismas palabras. El Estado y sus medios de comunicación criminalizan a los y las ciudadanas como agentes de la desinformación. Están invisibilizando los heroicos esfuerzos de solidaridad y ayuda mutua emprendidos por la población. En ciudades mixtas como Gaziantep, la parte de la policía y la gendarmería afiliada a los neofascistas Lobos Grises se moviliza en la ciudad, y las unidades de ayuda de la organización se sitúan en puntos críticos, aumentando las tensiones. El Estado está impidiendo a los trabajadores humanitarios y de emergencia kurdos iraquíes entrar en ciudades como Hatay únicamente por su origen étnico. La policía ha golpeado, detenido, acosado, torturado y asesinado a ciudadanos y ciudadanas a las que los agitadores neofascistas señalaban como saqueadores. Los que están en la cima de la cadena de responsabilidad se lavan la sangre de las manos incriminando a los contratistas. La gente pobre y desposeída está siendo devorada por la codiciosa maquinaria del complejo religioso-capitalista-constructor. En este esfuerzo concertado de cuestionamiento colectivo, un estado, un régimen, está echando a su propia gente como enemigos.

Vemos una hipocresía similar en los principales medios de comunicación occidentales, que están proyectando la destrucción en Siria como una triste crisis humanitaria, provocada por el sangriento dictador Bashar al-Asad, mientras condenan a la población siria a una muerte aún más despiadada a través de sanciones políticas. Con su silencio tanto sobre la guerra de Erdoğan contra Rojava como sobre el robo de ayuda por parte de sus mercenarios islamistas de las manos de los pueblos de la tierra, oscurece quién es culpable y responsable en esta sangrienta catástrofe.

Está claro que los meses que se avecinan estarán llenos de oportunismo político. Debemos esperar un aumento de la xenofobia contra los refugiados sirios, intentos de deportar a los árabes sirios de vuelta a las zonas pobladas por kurdos como parte de la ingeniería social imperial de Erdoğan, esfuerzos bonapartistas para posponer las próximas elecciones y frustrar la responsabilidad democrática, y más intentos del criminal de guerra Bashar al-Asad para recuperar la legitimidad internacional.

Para los pueblos de Turquía, Kurdistán y Siria, los estruendos de la maquinaria de guerra del Estado y los temblores de tierra son los mismos. En la lucha por la liberación colectiva y la justicia, lo primero que debemos hacer es nombrar a los responsables: los contratistas y patronos traidores; los medios de comunicación, el Estado y sus militares; el bloque de la oposición parlamentaria dominante, que se ha templado a la moderación, mientras leoniza al Estado y a su aparato ideológico; la burguesía, sus lágrimas de cocodrilo y sus gestos de caridad sin compromiso; los militantes neofascistas que vigilan y penalizan a las personas supervivientes, refugiadas y desplazadas internas en nombre del “orden público”; todos los que han sacrificado la seguridad y la dignidad de la ciudadanía en aras de la codicia y el fetichismo por el beneficio.

Las redes de solidaridad que han surgido de las ruinas del Estado auguran la posibilidad de un futuro esperanzador. Para nosotros, la gran cantidad de ayuda y de cooperantes que han llegado a las zonas afectadas por el terremoto de Turquía valida esta esperanza. Sin embargo, los pueblos del noroeste de Siria, que se han visto igualmente afectados por el seísmo, no han podido recibir ni una fracción de esta ayuda. La Media Luna Roja Kurda [Heyva Sor] está trabajando para ayudar a la población de las regiones del noroeste de Siria y Rojava afectadas por el terremoto.

Para apoyar a la Media Luna Roja Kurda, enviar donativos aquí. Puedes mantenerte al día con el Comité de Solidaridad con Mesopotamia del Área de la Bahía aquí.

Fotografía de Tolga Ildun/ZUMA Press.


En Siria, el tamiz de un terremoto

Esta es una traducción abreviada de un texto de Hamza Esmili y Montassir Sakhi, cortesía de algunos de nuestros camaradas de la Cantina Siria de Montreuil. Traducido por A Planeta

Los terremotos que tuvieron lugar cerca de las ciudades de Gaziantep y Ekinözü infligieron una catástrofe de rara magnitud. Tanto Turquía como la vecina Siria lamentan decenas de miles de muertos, muchos más heridos y una considerable devastación material. Algunas ciudades, como Antakya y Kahramanmaraş, quedaron destruidas a gran escala. Algunas ciudades, como Antakya y Kahramanmaraş, quedaron destruidas a gran escala. En cuanto a Siria, país singularmente devastado por una década de bombardeos gubernamentales y rusos, más de cinco millones de personas han perdido sus hogares tras la sucesión de seísmos.

La catástrofe se ha producido en una de las zonas geográficas más conflictivas del mundo. Lejos de hacer posible una tregua, intensifica las polarizaciones en toda la región. A su manera, la tragedia ofrece una especie de tamiz [marco] para revelar las cuestiones que están en juego en la región. […]

Como era de esperar, el Estado Baas -el partido panárabe que gobierna Siria desde 1963- está utilizando la catástrofe para pedir el fin de su prohibición internacional, decretada tras su despiadada represión del levantamiento popular de 2011. El argumento parece bastante sencillo: esta medida es necesaria para aliviar la carga del pueblo sirio, eliminando los obstáculos legales que dificultan la solidaridad internacional en medio de la tragedia. Aparte de esta razón generosa y humanitaria, cualquier politización del acontecimiento parece tan inoportuna como irrelevante.

Fue una narración eficaz. Pocos días después del terremoto, fue asumida al unísono por la izquierda antiimperialista, en toda la gama de sus variantes nacionales1; la extrema derecha europea2, históricamente partidaria de la dinastía Assad3; el movimiento descolonial4; los restos del nacionalismo árabe5; y muchas organizaciones internacionales. Como desde hace una década, la tragedia siria sigue sirviendo así de pantalla para las proyecciones -un psicoanalista diría de las sublimaciones- de una variedad de formas políticas muy diferentes.

Aunque se repita una y otra vez, la mistificación que hacen todos ellos sigue siendo engañosa. Ya sea eufemística - “Hay que levantar las sanciones por razones humanitarias”- -o explícito-“Fueron inapropiados desde el principio”-, el apoyo a Bashar al-Assad expresado durante esta catástrofe se basa en el desconocimiento de la situación histórica siria y en una larga serie de mentiras que sus partidarios han difundido en el discurso público en el curso de la promoción de la normalización del régimen Baas. Al mismo tiempo, la realidad es que las zonas liberadas de las garras del régimen -que se vieron gravemente afectadas por el terremoto- carecen por completo de ayuda internacional y son ignoradas por los apoderados del régimen sirio. Esto demuestra que quienes pidieron el fin de las sanciones en cuanto se produjo el terremoto difícilmente se guiaban por motivos humanitarios.

Por lo tanto, es necesario rastrear el hilo del razonamiento que parece conducir de la catástrofe a la exigencia del regreso del régimen de Bashar al-Assad a las filas de las naciones respetables6. Asimismo, esto significa cuestionar las posibilidades de la ayuda humanitaria en el momento del seísmo, que no puede desligarse del tejido político que refuerza.

Volver a una revolución

Es evidente que el régimen sirio tiene interés en que se levante su prohibición internacional. Esta prohibición es consecuencia de la represión sistemática que llevó a cabo contra el levantamiento de 2011. En la época de las revoluciones árabes, el Estado Baas respondió con un credo aterradoramente explícito: “Assad, o quemamos el país” (الأسد أو نحرق البلد). Sin embargo, la oleada de protestas no se debilitó: condujo rápidamente a la formación de zonas liberadas (مناطق محررة), de las que el régimen se retiró antes de iniciar el bombardeo constante, en particular mediante el uso de bombas de barril.7 Dentro de las zonas liberadas, que abarcaban casi la mitad del país en 2013, no se restableció la autoridad central. En consecuencia, el orden revolucionario estaba compuesto: más allá del lema popular “Uno, uno, uno, el pueblo sirio es uno” (واحد واحد واحد، الشعب السوري واحد), que afirma la existencia de acuerdos colectivos más sagrados que el abismo sectario en el que el régimen de Bashar precipitó al país, las zonas liberadas eran discontinuas tanto territorial como políticamente. Su realidad estaba determinada por los colectivos localizados que las componían. Sin embargo, la aspiración existencial de solidaridad y justicia colectivas frente a un régimen extraordinariamente violento8 se mantuvo permanente en Homs, Hama, Deraa, Alepo, Idlib y Ghouta Oriental, algunas de las principales zonas liberadas del país. Esta unanimidad en torno al imperativo de deshacer el régimen está representada por la constitución del Ejército Libre. Reflejando la naturaleza descentralizada de la revolución, estaba formada por la alianza heterogénea de soldados y oficiales amotinados y brigadas situadas en las diversas zonas liberadas. […]

Fracasado en un principio -estuvo al borde del colapso en 2013-, el régimen de Bachar al Asad dio, no obstante, un nuevo sentido a la política de destrucción del país al recurrir al apoyo militar de Estados extranjeros. Ya en 2012, milicias vinculadas a Irán combatían en Siria, entre ellas Hezbolá libanesa e iraquí y afganos hazara reclutados a la fuerza en la estructura paramilitar del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria. A continuación, Rusia comprometió su fuerza aérea y sus tropas para apoyar al régimen sirio. Facilitado por una sucesión de masacres sobre las que los historiadores del futuro tendrán que decidir si fueron realmente genocidas -por ejemplo, el bloqueo y posterior hambruna del campamento palestino de Yarmouk,9 el ataque químico contra Ghouta Oriental,10 o la política de bombardeos intensivos de las zonas liberadas,11 en particular hospitales- el régimen ha recuperado continuamente el control del país desde 2014. Al mismo tiempo, las regiones que vuelven a estar bajo la autoridad del régimen fueron violentamente castigadas; sus poblaciones se enfrentan a purgas y a un autoritarismo renovado por parte del Baas y de su patrocinador ruso.

Inmediatamente después del terremoto, el régimen de al-Assad reanudó el bombardeo de partes de Siria que permanecen fuera de su control.

La negación de la política

Paralelamente a los éxitos militares del régimen imperial ruso -cuya intervención se ha vuelto cada vez más colonial12- el régimen de Assad renovó gradualmente sus relaciones diplomáticas con muchos países: Argelia, Emiratos Árabes Unidos, India, Bangladesh, Omán, Arabia Saudí, Austria, Jordania, Hamás,13 etc. […]

Frente a la expansión ruso-siria, que corre paralela a la normalización del régimen de Bashar al-Assad en el terreno de juego internacional, quedan, sin embargo, las zonas liberadas de la región de Idlib y del noroeste del país, además de los territorios bajo la Administración Autónoma del Norte y del Este de Siria1415 Pero el argumento de la soberanía de los Estados entra en pleno juego: las relaciones internacionales sólo pueden unir a los Estados. Ese es el sentido lógico de la readmisión del Estado Baas en la compañía de las demás naciones respetadas: independientemente de que esté permanentemente debilitado y administre menos de un tercio de la población siria original, el régimen de Bachar al-Assad sigue siendo el único interlocutor legítimo para los partidarios a ultranza de la soberanía estatal, ya sean antiimperialistas o conservadores.

Este es el contexto en el que se produjo el terremoto. En Siria, afectó tanto a las zonas bajo control gubernamental como a otras que permanecían liberadas. Nada más producirse, la catástrofe permitió al régimen de Bashar al Assad exigir el fin de las sanciones decretadas contra él tras la represión del levantamiento popular de 2011. A su vez, los críticos antiimperialistas denunciaron el “embargo” supuestamente impuesto a Siria. Independientemente del hecho de que esta medida -que los revolucionarios sirios habían exigido para poner fin a los bombardeos rusos- nunca se concedió en realidad, esta verborrea permite evocar las sanciones decretadas contra el vecino Irak a lo largo de la década de 1990, adhiriéndose a un conocido patrón del discurso antiimperialista, según el cual una situación histórica justifica necesariamente otra.

Se centran especialmente en la Ley César16 adoptada por la administración estadounidense en 2019. No importa que excluyera explícitamente la ayuda humanitaria de su espectro de restricciones: el terremoto permite que el Estado baasista y sus partidarios consideren que esa es la causa original de la destrucción del país, en lugar de la implacable guerra que el régimen libró contra su propio pueblo y la economía depredadora implantada por los dignatarios baasistas. El régimen de Bashar al-Assad es famoso por saquear la ayuda humanitaria y, sin embargo, sus dignatarios y partidarios afirman al unísono que el retorno de su soberanía es una condición previa para recibir ayuda internacional. Por tanto, cualquier operación de rescate, ya sea en la zona gubernamental o en las zonas liberadas, debe llevarse a cabo bajo la estricta autoridad del Estado Baas.

Más allá de su posición soberanista, los partidarios del régimen sirio -ya sean antiimperialistas, decolonialistas, nacionalistas blancos o árabes- apenas responden a la apremiante pregunta que su política plantea inevitablemente: ¿cómo es posible canalizar la ayuda a través de un régimen tan singularmente violento hacia su propio pueblo como el de Assad? La pregunta es especialmente importante a la vista del conocido saqueo de la ayuda internacional que el Estado Baas ha llevado a cabo durante la última década. Cualquier recurso enviado a Assad será sistemáticamente desviado from their purpose fortalecer la autoridad del régimen y ampliar su control a expensas de las zonas liberadas restantes.

Pero la narrativa funciona. Decenas de convoyes de ayuda humanitaria están llegando a zonas gubernamentales, enviados por la Unión Europea, las Naciones Unidas y muchos otros países. El Secretario General de las Naciones Unidas saludó a Bashar al-Assad; su homólogo de la Organización Mundial de la Salud se desplazó él mismo a Alepo bajo la mirada benévola de dignatarios del Baas. Contrariamente a la narrativa antiimperialista, basada en la división geopolítica del mundo en bloques rivales, la lista de quienes envían ayuda humanitaria al régimen ruso-sirio es realmente aconfesional. No se aprecian divisiones ideológicas ni estratégicas.

Las consecuencias del terremoto en Idlib.

Enfrentarse al régimen Baas y a sus partidarios

Mientras el régimen de Bashar al-Assad y sus partidarios internacionales muestran ya su satisfacción por su retorno a la legitimidad internacional, gracias al terremoto, las zonas liberadas -que se encuentran entre las más próximas al epicentro- siguen completamente privadas de ayuda. Allí se concentran seis millones de personas, desplazadas después de que el Estado Baas y sus guardianes rusos reconquistaran las demás zonas liberadas. La superpoblación de esta última región que queda fuera del control del régimen de Bashar al-Assad está directamente vinculada a la reconquista por este último del resto del país. En Jindires, por ejemplo, al noroeste de Alepo, murieron en el terremoto 230 sirios que se habían trasladado allí desde la región de Damasco.

Sin embargo, casi una semana después del terremoto, ningún convoy de ayuda alimentaria pudo entrar en la zona liberada. La negativa del régimen sirio a abrir los pasos fronterizos a esta zona17 y la negativa del Estado ruso a abrir los pasos controlados por el Estado turco impidieron de hecho cualquier despliegue humanitario de emergencia allí durante la primera semana, cuando habría sido crucial para encontrar supervivientes bajo los escombros. El acuerdo del régimen de Bashar al-Assad para abrir los pasos fronterizos -que los dignatarios internacionales celebraron misteriosamente- sólo se concedió una vez consumada la tragedia. […]

La negación de la solidaridad ante el desastre se basa en la masacre llevada a cabo durante la última década por el Estado Baas y sus guardianes rusos, y en el desplazamiento interno y externo que provocó. Desde el punto de vista simbólico, no es sorprendente que los edificios que ya estaban dañados por las bombas de los gobiernos ruso y de al-Assad fueran los que se derrumbaron con más facilidad cuando se produjo el terremoto, incluso en zonas relativamente alejadas del epicentro.

Frente al cinismo del régimen ruso-sirio y de sus partidarios internacionales, ¿cómo imaginar la solidaridad en tiempos de catástrofe? La política exterminadora del Baas es también su escollo. Como ha violado toda norma, toda forma de moral colectiva en la sociedad siria, no es concebible el retorno a la situación histórica anterior, ni en las zonas liberadas ni en las que el régimen de Bashar al-Assad y la potencia colonial rusa han reconquistado.

Por el contrario, la solidaridad dentro de la sociedad siria, en gran medida autónoma del Estado Baas, ha salvado vidas. Al subrayar la importancia de defender al colectivo y a sus miembros, la respuesta siria al terremoto muestra la distancia irreversible que separa a la sociedad del régimen de Bashar al-Assad. […]

Contrariamente a la narrativa antiimperialista, es necesario recordar incansablemente el contexto histórico en el que se produce este terremoto. Más allá del revisionismo histórico, los partidarios de Bashar al-Assad no pueden ofrecer una respuesta a la paradoja de por qué debemos erigirle en garante de la respuesta humanitaria a la catástrofe cuando su régimen es responsable de una de las peores guerras de exterminio que un Estado ha librado contra su propio pueblo en nuestro tiempo.

Asociaciones a las que apoyar

  1. Jean-Luc Mélenchon en Francia, Die Linke en Alemania y el Partido de los Trabajadores de Bélgica están unidos a favor del levantamiento de las sanciones. [Nota a pie de página del texto original]. 

  2. SOS Chrétiens d’Orient, que actúa como puente entre todas las variedades de la derecha francesa y el régimen de Bashar al-Assad, comenzó inmediatamente su defensa tan pronto como el régimen entró en escena. [Nota a pie de página del texto original]. 

  3. El régimen del Baas ha acogido así a muchos nazis destacados. Uno de ellos -Alois Brunner, ex comandante del campo de Drancy [un campo de detención para judíos que posteriormente fueron deportados a los campos de exterminio durante la ocupación alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial]- desempeñó un papel importante en la estructuración del servicio secreto sirio junto a Hafez al-Assad. [Nota a pie de página del texto original]. 

  4. Véase, por ejemplo, el editorial del Decolonial HQ (Francia). [Nota a pie de página del texto original.] 

  5. Véase la carta abierta firmada por varias organizaciones marxistas y panárabes. [Nota a pie de página del texto original.] 

  6. El Estado francés también sigue esta tendencia a normalizar el régimen de al-Assad. [Nota a pie de página del texto original]. 

  7. Debilitado, el régimen sirio recurrió al lanzamiento de bombas de barril sin guía a distancia sobre las zonas liberadas. Esta bomba particularmente letal está rellena de TNT, potasio y chatarra. La explosión dispersa tanto gases letales como micro proyectiles susceptibles de causar numerosas heridas. [Nota a pie de página del texto original.] 

  8. Catherine Coquio (y otros), Siria, el país quemado (1970-2021). El libro negro de Assad, París, Seuil, 2021. [Nota a pie de página del texto original]. 

  9. Conociendo el vínculo entre la posición “antiimperialista” y la fachada de solidaridad con los palestinos, la negación de este crimen es particularmente llamativa. Véase el informe de 2014 de Amnistía Internacional. [Nota a pie de página del texto original]. 

  10. La masacre con armas químicas en Ghouta Oriental dejó más de 2.000 muertos. [Nota a pie de página del texto original.] 

  11. Alepo, por ejemplo, quedó completamente destrozada por los bombardeos rusos. [Nota a pie de página del texto original]. 

  12. A medida que el régimen sirio se convertía en un Estado títere, Rusia se otorgaba grandes concesiones dentro del país, dentro del bastión histórico de la familia Assad de Latakia y Tartous. [Nota a pie de página del texto original]. 

  13. En 2022, Hamás renovó sus lazos con el régimen de Bashar al-Assad tras haberlos roto en 2011. [Nota a pie de página del texto original]. 

  14. Estos territorios fueron conquistados gracias a la lucha contra el Estado Islámico, una organización contrarrevolucionaria a la que Bashar al-Assad y sus patrocinadores rusos perdonaron en gran medida la vida. [Nota a pie de página del texto original]. 

  15. La versión original de este texto dice “los territorios bajo administración del Partido de los Trabajadores del Kurdistán en el este del país” -una redacción tendenciosa, ya que ese partido, el PKK, es técnicamente distinto de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria. 

  16. Promulgada por el gobierno de Estados Unidos en 2019 -es decir, mucho después del estallido de la revolución y de la ruina del país por el régimen de al-Assad-, la Ley César impuso una serie de restricciones a la importación y exportación para el Estado sirio. El nombre deriva de las “fotos Caeser”, las imágenes de varios miles de detenidos sirios torturados hasta la muerte en las cárceles de Saednaya. Los partidarios antiimperialistas de Bashar al-Assad nunca mencionan lo que dio nombre a las sanciones. [Nota a pie de página del texto original]. 

  17. El régimen de Bashar al-Assad no aceptó la entrega de ayuda internacional a las zonas liberadas hasta más de una semana después del terremoto, cuando las posibilidades de encontrar supervivientes se habían reducido casi a cero. [Nota a pie de página del texto original].